Breviarios Valmorenses N°5: Crónica y Feticidio
- Egli Dorantes
- May 20, 2015
- 9 min read

“Ser escritor en Venezuela equivale casi exactamente a no tener oficio conocido”
Aníbal Nazoa
«No creo en crónicas que no tengan fe
en lo que son: una forma del arte»
Tomás Eloy Martínez
Los fetiches posmodernos
Daniel Defoe fue un escritor, periodista y panfletista inglés, mundialmente conocido por su novela Robinson Crusoe. Defoe es importante por ser uno de los primeros cultivadores de la novela, género literario que se popularizó en Inglaterra y también recibió el título de patriarca de todos los novelistas ingleses. A Defoe se le considera pionero de la prensa económica.
En 1704 estableció una línea divisoria entre la sección rditorial y la propiamente informativa en The Review. Tal acción contribuyó indiscutiblemente con la opinión libre, aspecto algido aún en el siglo XXI, trescientos once años después. Al decir de Federico Álvarez: “El público (…) no se interesa en cosas abstractas. De allí que las ideas resultan devaluadas en la escala de valores del periodista objetivo. El culto al «hecho bruto» de que hablara Jacques Kaiser en ‘Mort d´une liberte’ domina el mundo de la información objetiva, con la cual la creación intelectual científica, cuando alcanza solidez factual, es desdeñada sin piedad”.[1]
En ese orden de ideas, Laura Antillano[2] (2011) nos regala una cosmovisión espléndida sobre el tema. “La crónica es un género periodístico seductor, tiene el rango de lo personal y la libertad de lo literario, pero gira su esfera de encuentros en el apego a lo inmediato, lo cercano, lo colectivo. Nos pone en conexión con el otro, cuya vivencia nos hace vecinos. Nos dice finalmente, de la mirada en común”.
Detrás de cada crónica pervive un texto-contexto con o sin pretextos. Aparecen en América los primeros asentamientos permanentes y la sociedad se diversifica de forma progresiva. Comienzan a definirse las primeras culturas de largo alcance: los olmecas y la de Chavín. Ambas se caracterizan por su orientación religiosa, con un arte al servicio de la religión, hablamos de un periodo que según Crónica de América[3].
Tras la etapa formativa, las culturas precolombinas advierten un gran desarrollo, se diversifican de una forma asombrosa y se agrupan en amplias unidades, la mesoamericana, y la de los Andes centrales. Entre ambas, se incluye el Área Intermedia. Las tres representan elementos que las relacionan y otros que las separan. Del esplendor a la ruina de las civilizaciones americanas.
La llegada de Colón al Nuevo Mundo, trae consigo grandes descubrimientos geográficos y el inicio de la colonización del archipiélago antillano. Los procesos socioeconómicos presentes a partir de este momento en la historia americana, son un hito que se ha proyectado a lo largo de los siglos XIX y XX e incluso en el recién llegado siglo XXI; las ventajas comparativas entre las naciones que abrazaron la revolución industrial, marcó tendencias que coadyuvaron a la acumulación originaria de capitales.
La vulnerabilidad económica, la satelización de la economía y el enorme peso de estructuras jurídico-políticas alineadas al poder y sus correspondientes hilos conductores, definieron un tipo de sociedades y una antihistoria edificada tras enormes contradicciones sociopolíticas y el establecimiento de perfiles culturales extraños, practicantes de ritos, ceremonias, entre otros para obtener una experiencia importante de elementos expoliadores dela totalidad concreta, en términos de Karel Kosik.
Asimismo es posible admitir que durante la primera mitad del siglo XVI, los españoles desarrollaron una dinámica actividad en América, pretendían la especiería de la etapa anterior, que marcó la presencia de India y da paso a la conquista cortejada casi seguidamente por la colonización de las colonias del Nuevo Mundo. Al final del reinado de Carlos I, el orbe colonial hispanoamericano está ya conformado.
De 1550 al 1600, la dimensión del continente y su formidable recorrido desde la metrópoli, obliga a crear un sistema de administración en la propia América. Su base es el virreinato, por debajo del cual están las gobernaciones, verdaderas unidades de carácter provincial. La sociedad se forma sobre tres grupos básicos: indios, peninsulares y negros africanos. En Venezuela, los mantuanos pujan por el acceso al poder, pues al ser hijos de peninsulares, creía merecer todos los derechos sucesorales de sus ancestros. El ascenso de la América hispanoportuguesa.
Durante el siglo XVII se produce la internacionalización de América, a donde concurren franceses, ingleses, holandeses y daneses en busca de territorios ultramarinos. España, incapaz de oponerse a estas penetraciones, que considera ilegales, ha de dejar la defensa de sus territorios al cuidado de los pobladores americanos.
La América colonial logra su máximo esplendor en el siglo XVIII. Su economía, íntimamente vinculada a la europea, la convierte en campo de batalla de las potencias que luchan por la hegemonía. Surge aquí un hecho más significativo de su segunda mitad son la aparición de los Estados Unidos y los movimientos de rebelión en Iberoamérica. Las nuevas repúblicas, dos modelos de desarrollo
Para Briceño (2009), “(…) el nuevo mundo era en sí heterogéneo, sus componentes eran mutuamente extraños, poligénicos, lo único que le confería unidad era nuestra mirada, su unidad consistía en ser otro, distinto del nuestro; pero él, en sí mismo, era múltiple, no había nada intrínseco en él que le confiriera homogeneidad”.
Siguiendo con Briceño (2009) puntualizamos que: “América como lugar geográficos, como continente, ha sido escenario de encuentro, choque, deflagración, conflagración, mezcla, fusión, confusión, difusión, refusión, flujo y reflujo de poblaciones y culturas muy diversas”, en ese mosaico de sociedades se han fraguado las más increíbles cosmovisiones del mundo, desde la excelsa orfebrería del Museo de Oro de Colombia, el misterio de las líneas de Nazca, la memoria en el tiempo de los moái las estatuas de piedra monolítica en la Isla de Pascua o Rapa Nui, perteneciente a la Región de Valparaíso, Chile y la música de Los Chalchaleros o leer por enésima vez Residencia en la Tierra.
Nuestras Crónicas tierra adentro
Si alguien leyera el siguiente texto de Enrique Bernardo Núñez[4], podría pensar que fue escrito la noche anterior y no el 31 de diciembre de 1936. “La generación venidera reaccionará contra su predecesora que propia incapacidad conspira contra el espíritu. La generación venidera será espiritualista. Nosotros les pareceremos rematadamente estúpidos. Cómplices inconscientes de plagios grotescos (…)”.
Cuando abordamos la crónica en su actual acepción, nos encontramos en un denso territorio que habita cualquier espacio humano, vital, visceral, poético, como en Crónicas de la Ciudad del bajo, con la frescura de Amaury González Vilera[5]; o ese sabor barroco, con descripciones prodigiosas, intensamente contrastadas desde las Crónicas de Caracas de Arístides Rojas[6]. En igual manera de esa crónica que emerge del pueblo, haciendo justicia a mi olvido, por la crónicas de doña Aminta Azuaje de Morales, dedicadas a Monseñor Carrillo y que compartimos en su humilde vivienda en Trujillo, en 1992; quien fuese Prelado Doméstico de Su Santidad y Vicario de Trujillo.
En este oficio han nacido hermandades por encima de nuestros prejuicios individuales, éstas dignifican de nuestra visión humana. Entre ellas, la figura imborrable de Guillermo de León Calles en medio de su falconía, Manuel Pérez Gil, Mene Grande y esa visión de luchas e historias, mezcladas con un proceso social muy complejo, lo cual amalgama unas crónicas muy particulares. En Puerto Cabello, nos encontramos con un cronista atípico: Asdrúbal González, una mente crítica, pero al propio tiempo, dueño de metáforas que nos muestran sutiles detalles de las historias detrás de la historia. Vuelto Ebrio, fue el poemario que me permitió conocer al hermanito Guillermo, un 6 de junio de 1995; aún falta que alguien se digne de publicar el libro del hermanito Hilario Chacín, ya que nos permitiría profundizar en nuestras raíces ancestrales.
En esta esquina
donde el miedo nunca
quiso ponerse una máscara
han vivido los fantasmas
peor vestidos
de mi ciudad arrinconada
Nadie había podido
resucitarlos.
Sólo la media luz
de estas paredes ebrias
y los rostros hechos
de medianoches
han tenido la osadía de convocarlos.
Amo esta esquina ahora
porque su nombre tiene magia de maíz
y un bombillo en la frente
que nos anticipa el amén
Guillermo de León Calles[7]
Existe un material muy interesante de Alejandro Tapia Vargas[8], quien nos presenta un estudio de las crónicas del siglo XVI de Nueva España. En su texto Tapia introduce la curiosidad como un elemento de primer orden en lo que respecta a la construcción de una cosmovisión prehispánica como analogía de un mundo medieval-renacentista, cifrado por códigos diferentes a los del llamado Nuevo mundo.
El sincretismo cultural, las supersticiones, el poder político de la iglesia católica, giran en torno al control de las etnias, con muy contadas excepciones; por ello, la conversión asegura no sólo feligreses, sino también en súbditos bajo el control de un Dios y una religión centra en la culpa, en todo caso en los pecadores de un mundo idealizado por el oro.
“¡Cómo, ay, se ha deslucido el oro,
se ha alterado el oro mejor!
Las piedras sagradas están, ay,
esparcidas por las esquinas de todas las calles”
Lamentaciones, 4:1
Biblia de Jerusalén (p. 207)
El tejido de las sociedades en los ojos de Manuel González Prada[9], nos hace sentir una rabia bestial cuando se desnuda la realidad, porque hablando de fetiches, éstos en su forma más alienante, se nos muestra como un hermoso pavo real, pero, al acercarnos logramos avistar una enorme harpía. Los símbolos más ingenuos de la humanidad, se transforman generalmente en manuales subterráneos de terror y manipulación. Lo dice González de manera magistral: “Seamos verdaderos, aunque la verdad desquicie [a] una nación entera: ¡Poco importan las lágrimas, los dolores y los sacrificios de una sola generación, si esas lágrimas, los dolores y los sacrificios de una sola generación, si esas, lágrimas, si esos dolores, si esos sacrificios redundan en provecho de cien generaciones!” (p.20).
De esos trabajos que mencionara más arriba que vale la pena no obviar, está el texto de Fray Cesáreo de Armellada y C. Bentivenga de Napolitano. En él se reúnen leyendas, mitos, canciones y apólogos conservados por la memoria tribal. Es un trabajo muy complejo, pero necesario y casi siempre son muy pocos los interesados por este tipo de temas; escabrosos y que requieren de una laboriosidad muy importante, una entrega similar a la del padre Bartolomé de las Casas.
Hay una novela-monstruo como la define un buen amigo: Terra Nostra, de Carlos Fuentes[10], a mi juicio una gigantesca crónica que encierra el escabroso proceso de colonización y neocolonización de todas las culturas desde Yucatán hasta la Patagonia. “Hasta donde la mirada alcanzaba –el puente de Alejandro III de un lado, el de Saint-Michel del otro- las mujeres yacían en las aceras y otras mujeres las ayudaban. El milagro singular de la casa de Madame Zaharia era el milagro colectivo de los muelles: las señoras, de todas las edades, formas y condiciones parían” (…) “un pueblo sin historia no se redime del tiempo, pues la historia es un tejido de instantes intemporales”.
El mundo que Cortéz, Pizarro, los conquistadores y los propios representantes de Dios en la tierra, encontraron muchas de las cosas de las que hablaron por siglos las historias. Pero en la realidad colombina, muchas de ellas se transformaron en leyendas que había que mantener, pues eso aseguraba en medio de las tormentas políticas de diversos momentos, que se pierden en los laberintos de la historia.
“Del vientre de fuego de la tierra nacieron también los compañeros de los hombres, las bestias que escaparon del brasero, y que todas tienen marcado en la piel el sello de su parto de cenizas: manchas de la culebra, hoscas y negruzcas plumas del águila, chamuscado tigre. Y así las alas de la mariposa como el techo de la tortuga como la piel del venado muestran hasta este día los fulgores y las tinieblas del origen”. Terra Nostra (p.397)
Pero buena parte de todos estos vericuetos, se reducen a una expresión que Mario Vargas Llosa[11] expone de manera muy precisa: “La cultura debería llenar ese vacío que antaño ocupaba la religión. Pero es imposible que ello ocurra si la cultura, traicionando esa responsabilidad, se orienta resueltamente hacia la felicidad, rehúye los problemas más urgentes y se vuelve mero entretenimiento”.
Al momento del cierre, menciono acá un texto muy importante para la crónica latinoamericana, del poeta, novelista y ensayista colombiano Darío Jaramillo Agudelo[12]. La selección de firmas reunidas en este importante libro, muestra un versátil grupo de cronistas que nos entregan en sus textos dos partes de sumo interés; una primera referida a Los cronistas escriben crónicas y una segunda no menos interesante, denominada: Los cronistas escriben sobre la crónica.
Tomaré de este extraordinario libro de Jaramillo, una crónica de Juan Villoro titulada: La crónica, ornitorrinco de la prosa. La misma hace un registro importante de lo relativo al oficio de cronista: "La crónica es la restitución de esa palabra perdida. Debe hablar precisamente porque no puede hablar del todo. ¿En qué medida comprende lo que comprueba? La voz del cronista es una voz delegada, producto de una «desubjetivización: alguien perdió el habla o alguien la presta para que él diga en forma vicaria. Si reconoce esta limitación, su trabajo no sólo es posible sino necesario” (p.580).
A nombre de CRONIZULIA, reciban todos los colegas del país nuestro fraterno y gremial saludo. Con la esperanza de que el proyecto de Ley del Cronista, pueda ser una realidad material, en estas tierras de lo real imaginario.
[1] Federico Álvarez. La información contemporánea. Contextos Editores, Caracas. 1978. p.34.
[2] Laura Antillano. Crónicas desde una mirada conmovida. Editorial Fundarte. 2011. p. 14.
[3] Crónica de América, Plaza &Janés Editores, S.A. España. 1990.
[4] Enrique Bernardo Núñez. 1936 Crónicas De El Heraldo. Caracas. Fondo Editorial Fundarte. Colección Delta. 2014. p. 136.
[5] Amaury González Vilera. Crónicas de la Ciudad del bajo. Caracas. Editorial Fundarte. 2014.
[6] Arístides Rojas. Crónica de Caracas. Caracas. Editorial Fundarte. 2014.
[7] Guillermo de León Calles. Vuelto Ebrio. Punto Fijo. Ateneo de Punto Fijo. 1991.
[8] Alejandro Tapia Vargas. La Escritura. México. Editorial Trillas. 2010
[9] Manuel González Prada. Pensamiento y librepensamiento. Caracas. Biblioteca Ayacucho. 2004.
[10] Carlos Fuentes. Terra Nostra. Barcelona, España. 2da. Tirada. 1977.
[11] Mario Vargas Llosa. La civilización del espectáculo. Caracas, Editorial Santillana, C.A. 2012. p. 151.
[12] Darío Jaramillo Agudelo. Antología de crónica latinoamericana actual. Caracas. Santillana Ediciones Generales, S.L. 2012.
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